El mapa del fin del mundo by Ignasi Serrahima

El mapa del fin del mundo by Ignasi Serrahima

autor:Ignasi Serrahima [Serrahima, Ignasi]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-09-30T16:00:00+00:00


TERCERA PARTE

EL OCASO DEL CAPITÁN

CARTA DE

DON JUAN SEBASTIÁN DE ELCANO (X).

GRAN CONMOCIÓN CAUSÓ NUESTRA VUELTA A SEVILLA tras haber dado la vuelta completa al mundo, pues nos daban ya por muertos a todos. Y en verdad hubo de causarla, que si ya se sabía desde antiguo que la Tierra es redonda, yo fui el primero en probarlo. Me cuentan que en las cortes de toda Europa no se hablaba de otra cosa que de nuestra hazaña. Y aún, después de todo, tuve el orgullo de entregar a la Corona un beneficio.

Por orden real, el cargamento pasó a manos de mi viejo conocido don Cristóbal de Haro, el cual hizo enseguida las gestiones para enviar el clavo a Amberes, en los Países Bajos, para que su primo Diego lo vendiese. Supe después que el monto total se elevó por encima de los nueve millones de maravedíes, una cantidad fabulosa que me cuesta de imaginar, y que se repartió entre los financieros y la Corona.

Se me ordenó entonces viajar inmediatamente a Valladolid, donde a la sazón tenía la corte el rey don Carlos, para contarle en persona los detalles de nuestro asombroso periplo. Yo estaba enfermo, pero no tuve más remedio que obedecer la orden real y ponerme en camino. Mi soberano se había empeñado en conocerme a raíz de las noticias de nuestra arribada y, sobre todo, en cuanto recibió mi esquela.

Según las instrucciones reales, debía llevar conmigo a «dos hombres justos y bien informados». Elegí a Francisco Albo, el piloto, y a Hernando de Bustamante, el barbero. El primero gozaba de prestigio entre los navegantes más expertos, y su derrotero era de una exactitud y meticulosidad admirables. Al segundo, Bustamante, lo consideraba buen amigo mío; solíamos departir afablemente sobre los más diversos temas, pues el hombre tenía buena conversación y sabía un poco de todo. Pero confieso a vuestras mercedes que al bellaco de Bustamante no le fiaría ni una pieza de cobre, porque gustaba demasiado del dinero y vendería su alma al diablo por un ochavo. Aun así, valoraba mucho su inteligencia y ponderación, y creí que sería buen apoyo en la vista.

Me recibió Su Majestad en el palacio de Rivadavia, donde tenía residencia, y me trató de manera muy cortés. Con entusiasmo juvenil, y ese acento tan extraño que sorprende siempre a los que nunca le oyeron hablar, hízome mil preguntas sobre la expedición. Le interesaban los detalles náuticos, y se asombró cuando le conté que, al dar la vuelta al mundo, arrebatamos un día al sol. Soltó una carcajada cuando entendió la lógica del problema y mandó a su secretario que lo apuntase para poder contarlo él en otras cortes europeas.

Se interesó vivamente por los diferentes pueblos nativos que fuimos hallando. Le dije que Magallanes no había hecho mucho esfuerzo por asegurar la lealtad a la Corona española de los patagones, los indios que encontramos en el Nuevo Mundo antes de cruzar el estrecho, pues perdió el interés en ellos cuando vio lo difícil que era convertirlos a la fe verdadera.



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